ver que la disposición de los nudos correspondía á la escritura armenia en la que creía poder alardear sus conocimientos.
—Y bien: ¿Qué dice?
Benjamín con no poca dificultad leyó lo que sigue:
—«Si quieres ser inmortal, anda á la tierra de Noé y...»
—¡Maldición!
—¿Qué es ello?
—Que no puedo interpretar el sentido de los demás caracteres. No importa—continuó en su delirio.—Volaremos á la región del Patriarca y daremos solución á este enigma indescifrable.
—Si usted en cuestión de lenguas no conoce más que la estofada—se permitió argüir la intemperante Juanita; á cuya voz el loco fijando mientes en el grupo de las tres gracias, crispó los puños, y dirigiéndose á Sun-ché:
—Tú también me estorbas—dijo—pero pronto no serás más que un cadáver.
É iba á abalanzarse sobre ella, cuando por dicha suya el sabio tropezó en uno de los poyos y cayó al suelo de bruces. Benjamín acudió en su auxilio mientras la trinidad femenina se replegaba con espanto hacia la fuente.
—Esto no se hace entre cristianos—gritó la de Pinto con toda la fuerza que le prestaba la indignación.
—¡Cristianos han dicho!—murmuró por lo bajo á su gente el ceryx, que atraído por la linterna de don Sindulfo, acechaba á los viajeros y que, por la relación de la palabra española con la latina dedujo una verdad funesta para los anacronóbatas.
—¿Qué?—se preguntaron todos al verse rodeados de los vigiles.
—Apoderaos de ellos.
El terror fué general.
—Yo soy inocente—aducía Clara.