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Página:El Anacronópete - Viaje á China-Metempsícosis (1887).pdf/77

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el anacronópete

grandes siluetas de las mismas bañadas por el sol y recortadas sobre el fondo oscuro del terreno durante el día, cuando de repente los dos observadores lanzaron un grito tan rápido como fugaz había sido la sensación que experimentaran. En medio de las tinieblas y sobre el meridiano de París, el reflejo de una inmensa hoguera acababa de herir su retina.

—¡La comune!—exclamaron ambos.

Y en efecto, aquel resplandor era el petróleo de los pozos norte-americanos oponiendo en vano su devastadora influencia al sentimiento de civilización de la vieja pero noble Europa.

Los sabios no se movieron de su observatorio hasta dar con otro hecho ostensible que ratificara sus deducciones cronológicas; pocos segundos les bastaron para transponer la primavera y cruzar aquel riguroso invierno teatro de la más espantosa de las luchas internacionales, y digno campo de la locura humana. La tierra era una inmensa sábana de nieve, como si el frío del terror sembrado en las campiñas hubiera germinado en cosechas de hielo. El astro rey no se reflejaba sino en mortíferas superficies de acero y bronce, y las parábolas de los proyectiles parecían arcos de fuego levantados en las sombras para impedir que se desplomase la bóveda sideral. Globos aerostáticos confiando á una corriente atmosférica la salvación de la patria, palomas mensajeras volviendo al arca sin el ramo de olivo, París capitulando, Metz cediendo, Sedán dejando huérfana una corona!... ¿Á qué más efemérides? El cómputo era exacto. Estaban en el año de los castigos.

Cerradas las compuertas y vuelta á iluminar la estancia:

—Maestro; una duda—exclamó Benjamín.

—¿Cuál?

—Puesto que nosotros nos dirigimos al ayer y vamos a llegar al pasado con la experiencia de la historia, ¿no