decida a la madre buena que había obtenido para ella aquel favor de la Virgen, subyugábalos a su convicción de mejoría, llena de encanto y de proyectos.
Mandó retirar de la antecámara los remedios, para suprimir especialmente el olor a creosota.
Enterado de la novedad, Suárez Vallejo habíale enviado flores.
Sólo la tía Marta, ausentándose por momentos, lloraba a escondidas. La enferma tuvo una broma de piedad cordial para sus ojos que creía enroecidos por el desvelo.
Y como durante el almuerzo de la familia, se quedara un instante a solas con Sandoval:
—¿Sabe que otra vez pasaron "ellos"... Aquellas listas azules en la obscuridad...
—Y te dicen algo, Luchita?
—Lo mismo que antes—recuerda?... Me hablan de amor y me llaman al olvido.
El olvido!...
Cuando al caer la tarde fueron por él con alarma repentina, esperaba el trance de un momento a otro.
El crepúsculo reinaba ya en la alcoba tranquila.
La palidez de Luisa destacábase en la penumbra, casi como un albor, devorada viva por sus ojos inmensos. Su cabellera parecía evaporarse, enorme, en la sombra.
Quería hablar a solas con el doctor, que inmóvil al pie del lecho, callaba.
—Gracias, dijo con leve fatiga. Comprendo que ya nohay nada que hacer... No se alarme... No me ofrezca ningún remedio más... Estoy tranqui-