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El Cardenal Cisneros

que no hicieron ruido alguno para no despertar á su hermano, procuró esconderse, pero uno de aquellos advirtió la turbacion y sobresalto con que hablaba, y recordando las descompasadas voces que daban en la pasada contienda, entró á ver al Arzobispo, que encontró medio espirante, casi asfixiado, sin respiracion, sin pulso, con todos los síntomas de la muerte. Llamó, gritó, puso en alarma á todo el mundo, acudieron los demás criados, vinieron los médicos, y vuelto un poco en sí el Arzobispo, gracias á los auxilios que se le prodigaron, dió á entender lo que habia pasado, llamando ingrato y fratricida al desacordado Bernardino; pero, serenado al fin, exclamó: Alabado sea Dios, que harto más vale haber corrido tan gran peligro que haber tolerado una injusticia.

Buscóse á su hermano, y al fin se dió con él, que reconoció su crímen y pedia á voces que se le quitase la vida. Los jueces ordinarios le procesaron al punto, y era de esperar que se le hubiere condenado á la última pena, si el Arzobispo no se hubiera interpuesto con toda su influencia para cortar los procedimientos. Esta conducta noble y generosa respondia, á la vez, á los sentimientos humanos de su corazon, á su carácter sacerdotal y á las previsiones de la prudencia más consumada. Aunque era atroz el crímen de su hermano, aunque pudiera sospecharse que otros lo impulsaban, la mancha que hubiera caido sobre él, habria salpicado á Cisneros, á toda su familia, á la Orden á que pertenecian entrámbos. La generosidad aconseja á veces lo que pide el egoísmo. El perdon y la amnistía queden determinados casos pueden ser cálculo de la cabeza, aparecen como á primera vista inspiracion de un carácter magnánimo. Quizás estos perdones forzados, quizás estas amnistías obligadas, dejan en el ánimo que los otorga, al parecer con tanta espontaneidad, hondos y perdurables resentimientos que luego, á cierta distancia, cuando ya todo parece olvidado, dan en la oscuridad tristes y amargos frutos. Por fortuna de Cisneros y de su limpia fama, ni de cerca ni de léjos, siguió ninguno de estos lamentables hechos al perdon que otorgó á su hermano, llevado de sus nobilísimos sentimientos. Contentóse con enviarle al Monasterio de Torrijos, cerca de Toledo, para hacerle pasar el resto de su vida en retiro y penitencia, y aunque para volverlo á su gracia se empeñaron personas de consideracion, y hasta el Rey D. Fernando, sólo consiguieron que le señalara una pension de 800 ducados