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El Cardenal Cisneros

oblícuo, ya que rectamente, ya que á la luz del dia no podían confesar sus verdaderos propósitos. Consiguieron que el Papa nombrase unos comisionados de la clase de los conventuales, que eran los ardientes opositores de toda reforma, so color de realizarla más fácilmente y de común armonía. Recibió Cisneros con sumo agrado y con gran honor á estos comisionados que se le asociaban con pretexto tan plausible, aunque en realidad para embarazar y hacer imposible sus proyectos; pero les hizo poco caso en lo sustancial, y siguió vigorosamente su reforma. Retiráronse grandemente resentidos aquellos enviados de Su Santidad, elevaron vivísimas quejas al Solio Pontificio, y el Papa, que era demasiado celoso de su autoridad para sufrir que se le tuviese tan poca consideración, dice el Canónigo Marsolier [1], en un país en que estaba acostumbrado á verse obedecido sin réplica, prohibió, de una manera absoluta, en Breve de 4 de Noviembre de 1496, de acuerdo con el Sacro Colegio de Cardenales, que se siguiera adelante la reforma.

Los Franciscanos triunfaban en toda la línea. El Papa Alejandro VI los tomaba bajo su protección. La Reina de España retrocedía. Cisneros había encontrado ya el gran obstáculo que le detendría en su camino. Roma había hablado, y la católica España, como hija obediente, tenía que callar y obedecer, postrada de rodillas.

Cisneros, sin embargo, no desmayó. Era un espíritu fuerte á quien las resistencias irritaban y los obstáculos embravecían. Era un carácter que se engrandecía y dilataba al compás de las circunstancias, verdadero genio que no desplegaba todo su vuelo y todas sus facultades, sino en los momentos de crisis y en las grandes alturas en que estaba colocada entonces la cuestión de la reforma. Infundió valor á la Reina y esta, animosa y varonil también, que se identificaba con su primer Ministro en la gigantesca empresa que había acometido, y que veía, no sin dolor, malograrse y perderse los saludables resultados ya obtenidos, le prometió su ayuda valerosa y leal, escribió al punto á sus agentes en Roma con grande y vivísimo ínteres, y mientras estos, siguiendo sus instrucciones, trabajaban incesantemente cerca del Papa para traer su ánimo á mejores disposiciones, Cisneros tenia á raya á los Franciscanos

  1. Marsolier, Histoire du Ministère du Cardinal Ximenez. Lib. III, Página 311.