Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/14

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española, sobre todo en plazo tan largo; si acaso esa conducta no habría obtenido tantas conversiones y más sinceras que el fanatismo de los Gobiernos y las hogueras de la Inquisición; si acaso, por último, no hubiera podido alcanzarse la fusión de los dos pueblos y de las dos razas por los medios pacíficos y suaves que empleaban el Arzobispo Talavera y el Conde de Tendilla con tan buen resultado, cuando de la otra manera, para tener la unidad politica y religiosa en España, tuvimos necesidad de proscribir á un pueblo y exterminar una raza.

Era demasiado pronto quizás para que tales dudas asaltaran los ánimos, y las gentes admiraron á Cisneros, hombre extraordinario y superior que sabia sacar partido de las mismas contrariedades que encontraba en su camino, á quien elevaba en el ánimo de los Reyes y en la consideración del mundo lo que hubiera hundido á otros, y cuya entereza de carácter no se desmentía, lo mismo cuando le amenazaba la rebelión del Albaicin, que cuando venia sobre él la tormenta de los Reyes desde Sevilla, firme en sus propósitos, tranquilo en su conciencia, sin inmutarse por los motines de las calles ó por las mudanzas de los Palacios. Todos, todos admiraron á Cisneros en aquella ocasión, y no fué el que menos el buen Talavera; el cual, en su entusiasmo, llegó á decir que Cisneros habia conseguido triunfos mayores que los de D. Fernando y Doña Isabel, porque éstos sólo habian conquistado el territorio, mientras que aquel habia ganado las almas de Granada.

De todos modos Cisneros no conservó recuerdos muy agradables de su estancia en Granada: allí ocurrió por aquel tiempo la muerte del Infante D. Miguel, el nieto querido de los Reyes Católicos, hijo de los de Portugal; y allí también estuvo él enfermo de peligro, tanto que se desesperaba de su curación, la cual debió —¡coincidencia rara! — á los auxilios de una curandera mora.


XXIV.

Algo más que los Árabes tuvieron que agradecer por este mismo tiempo á Cisneros los naturales de los países descubiertos por Colon. Los primitivos colonizadores de América, contrariando los magnánimos sentimientos de la Reina Isabel, antepusieron las sórdidas sugestiones del interés y del provecho á toda otra