Página:El Cardenal Cisneros (03).djvu/15

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consideracion de humanidad y de gloria, ¡Ay! Desde aquellos dias nos viene la triste fama que todavía acompaña á nuestro nombre en América de que allí nos lleva la avaricia y sólo nos despide la hartura, si antes la insalubridad del clima no acaba con nuestra existencia, hablando mucho las historias de que íbamos los Españoles exclusivamente como á la región del oro, buscándolo por vias bárbaras y crueles, una de las que era aquella especie de antiguos repartimientos de Indios, —de que dan pálida idea los modernos repartos de emancipados que constituyen la fortuna de algunas de las gentes que vienen de Cuba— en que el pobre indígena dejaba de pertenecer á la especie humana para convertirse en una cosa parecida al bruto, siempre sometido al régimen del látigo, á fin de que concurriera á la fortuna de su amo y señor. La Isla Española, á poco de explorada, ardia en bandos opuestos, unos en favor, otros en contra del Almirante. La población india era exterminada: allá tratada como esclava, aquí vendida como tal en el mercado público, de tal manera que esto produjo la indignación de la ilustre Isabel, más liberal, más ilustrada y generosa en este punto que Colon. Las quejas contra éste, que á más de extranjero, no demostró gran tacto en el gobierno de la Colonia, llegaban á la madre patria, á veces envenenadas por algunos de los Consejeros de los Reyes Católicos, y para colmo de desdicha, Bobadilla, el Comisario regio enviado con amplios poderes con el fin de poner paz en los ánimos, exacerbó el mal hasta el último extremo, mandando á la Península cargado de cadenas á Colon, consintiendo los repartos de Indios en grande escala y declarándose abiertamente del partido contrario al Almirante, cuando su deber era permanecer neutral entre todos.

En esta situación de las cosas fué consultado Cisneros acerca de los males que afigian á nuestra Colonia, el cual fué de opinión que se enviasen religiosos para instruir y catequizar á los indígenas al mismo tiempo que procuraran atajar la avaricia de los cristianos. Desprendióse de su cariñoso amigo y fiel compañero Francisco Ruiz, que debía ser como cabeza de aquellos misioneros, religiosos franciscanos de que se servía con frecuencia, pues atento al servicio de Dios y de los Reyes, sacrificaba sus aficiones humanas y su propio interes al deseo de que se atajasen los abusos y fiscándalos de la Isla Española en sus principios, por medio de la intervención de personas rectas, piadosas é ilustradas. Estos