Página:El Cardenal Cisneros (05).djvu/7

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en Italia, vio claro que su amigo y confesor Deza no podia seguir de Inquisidor general, y entónces fué cuando obtuvo del Papa Julio II que fuese nombrado Cisneros en su reemplazo.

¿Cómo resolvió nuestro Cardenal este conflicto?

Cisneros mandó arrestar á Lucero y á todos los testigos sospechosos, trayéndolos á las prisiones de Burgos; constituyó un tribunal con el nombre de Congregación católica, compuesto de veintidós personas de alta posición en el clero y en la magistratura, sobre todo de Aragón, porque muchas familias de Castilla estaban emparentadas con los presos de Córdoba, y al poco tiempo, en 9 de Julio de 1508, el tribunal declaró indignos de toda confianza á los testigos, libres á los que fueron presos por sus delaciones y rehabilitados á los que hablan muerto ó sido ejecutados, mandando levantar de nuevo las casas destruidas porque se las suponia sinagogas y borrar de los registros del Santo Oficio las notas en ellos impresas contra los reos. La sentencia se publicó en Valladolid el 1.º de Agosto con la mayor solemnidad, en presencia del Rey y de una multitud de grandes y de prelados.

Cisneros salvó al célebre Antonio de Lebrija, uno de los sábios que más servicios le prestaron en sus trabajos literarios de Alcalá, de la persecución que contra él se desató por parte del Santo Oficio, á consecuencia de algunas cavilosidades teológicas que hallaron eco en el Gran Inquisidor Deza; disminuyó las facultades de los subalternos, que abusan de ordinario por exceso de celo; destituyó á gran número de ellos que en vano reclamaron á la Santa Sede contra tales medidas; organizó la vigilancia cerca de estos familiares inferiores; se impuso pena de muerte á todo empleado que cometiese pecado carnal con las mujeres presas ó detenidas en el Santo Oficio; se interesó por la suerte de los convertidos, ya procurándoles instrucción, ya evitando que fueran perseguidos por sospechas de apostasía; puso coto á los abusos que cometían los administradores de los bienes confiscados; en una palabra, se condujo con tal espíritu de prudencia y de justicia, que el mismo Llorente hace grandes elogios de la conducta que observó en el ejercicio de sus difíciles y nuevas funciones.

No queremos examinar los cuatro únicos procesos, por cierto no de gran importancia, de que habla el historiador de la Inquisición en que intervino Cisneros más ó menos: sólo diremos que en ninguno de ellos hay injusticia cuanto más crueldad en lo que á