Página:El Cardenal Cisneros (06).djvu/10

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en posición de barrer las masas enemigas, que bien pronto cejaron y fueron á buscar el amparo de sus murallas.

Ya desde este momento la batalla estaba perdida por los Moros. Nuestras galeras, con no menor heroismo que el ejército de tierra, atacaban la plaza, desmontaban con su feliz puntería los principales cañones del Alcazaba y, verificando un atrevido desembarco, se apoderaban de ella y de algunas de sus torres, en tanto que nuestros soldados, ora convirtiendo sus picas en escalas subian á los adarves, guiados por Sosa, el Capitán de los Guardas del Arzobispo, que fué el primero en clavar el estandarte cristiano sobre las almenas enemigas al grito de ¡Santiago y Cisneros! ora se derramaban por la llanura, extendiendo el pánico entre los Moros, porque al verlos asi diseminados, creian á nuestro ejército mucho más numeroso de lo que en realidad era, ora penetraban en la ciudad por las ya franqueadas puertas como devastador torrente, ora un pelotón de doscientos caballos, al mando de Villaroel, se adelantaba al camino de Tremecen para cortar la retirada á los Moros y completar la victoria.

Dia de mucha gloria, pero también de gran fortuna fué éste para España; pues hasta las faltas cometidas por ios Capitanes de nuestro ejército se tornaron en nuestro favor y contribuyeron al triunfo. Apenas se concibe que un caudillo tan experimentado como Pedro Navarro iniciara batalla tan recia, ya bien entrada la tarde, y que después, sin un previo y detenido reconocimiento de la posición enemiga, oculta por la niebla, la acometiera con tanto brio, y luego embistiera la plaza y dejara á los soldados desparramarse por la llanura á modo de partidas sueltas de merodeadores, cuando tan fácilmente podian ser batidos de esta manera por los enemigos, y por último, que las galeras se atrevieran con heroica y sublime temeridad á batir y tomar la Alcazaba y las torres que defendían á la plaza por la parte del mar. No, no es extraño que en presencia de un hecho de armas tan prodigioso, gritaran «¡milagro!» los hombres de fé piadosa y sencilla que no se explican los sucesos humanos sino por la intervención de la Providencia, ó que los escépticos ó inclinados á buscar en motivos bastardos y ruines las causas generadoras de los hechos que no se explican por falta de inteligencia ó de reflexión, supusieran que la traición había abierto las puertas de Orán á los Cristianos, inventando el nombre de un Judio y de dos Moros que entraron en la infamia. Quizá con