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Corte francesa. Esta batalla, que se dio hacia el 22 de Marzo de 1516, y en que los Españoles desbarataron un ejército de 6.000 hombres, mandados por el Mariscal D. Pedro de Navarra, hizo perder toda esperanza á Juan Albret, que murió de pesar en un rincón del Bearne Cisneros puso al frente de Navarra al Duque de Nájera, que tenia bienes de gran consideración hacia los límites de aquel Reino, y además dejó á sus órdenes al bravo Villalba. Las fortalezas principales del territorio fueron destruidas, porque como decia Cisneros en carta al Rey: Hera cosa muy dificultosa aver de poner en cada lugar gente de guarda, ansí de pié como de caballo, y no bastará gente ninguna para lo proveer, habiéndose de guardar ansí de los mismos naturales como de los que vinjesen de fuera; y de esta manera el rreyno puede estar más sojuzgado y más sugeto, y ninguno de aquel rreyno tendria atrevimiento ni osadía para se rrevelar. Rápida y vigorosamente procedió Cisneros en esta demolición, porque queria al menos evitar á los Navarros la prolongación de un espectáculo que les era odioso, pero que reclamaban perentoriamente las necesidades políticas, de tal manera, que desde entonces, consumado aquel gran acto de previsión, no encontró ninguna seria dificultad para dominar en paz aquellos pueblos. En cambio dispuso, que se aumentasen las fortificaciones de Pamplona, convirtiéndola en una plaza de guerra casí inespugnable. Por cierto que al frente de ella, con gran desacierto, puso la Corte de Flándes á un tal Herrera, aragonés de origen, á quien los naturales odiaban, no sólo por la antipatía que de ordinario existe entre pueblos fronterizos, como eran Navarros y Aragoneses, sino por su condición uraña, adusta y hasta cruel que lo hacia insoportable en su mando. Hizo Cisneros que presentase su dimisión y dejó al frente de toda Navarra al Duque de Nájera; no consintió que el Cardenal Albret, hermano del Rey desposeído, tomase posesión del Obispado de Pamplona cuando el Papa y los Cardenales le favorecían, y tardó mucho en decidirse en favor de Carvajal para reinstalarle en su antiguo Obispado de Sigüenza, porque, según se recordará, las temporalidades del Cardenal de Santa Cruz fueron ocupadas por los mismos motivos que determinaron la guerra y ocupación del territorio Navarro en los días en que, en los campos de batalla, se agitaron aquellas grandes cuestiones entre el Papa Julio II y el Rey de Francia.

Añadamos, para concluir, en esta parte, que el Cardenal se