Página:El Gíbaro.djvu/210

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En efecto, llegué á ella de los primeros, y despues de aguardar cerca de dos horas, se corrió una cortina, y empezó la funcion por mi pregunta, que habia sido la primera, despues de un rato de música de pito y tamboril.

—Muchacho, dijo el charlatan, métele dentro del diablo.

Así llamaba una cara disforme mal pintada en un lienzo blanco, detrás del cual se metió el asqueroso muchacho.

—¿Estás ya listo?

—Sí señor, ya estoy dentro.

—Vamos pues, dime lo que ves; prosiguió el maestro, á guisa de magnetizador.

—Señor, veo una ciudad en que hay unos cuantos que oyen leer un libro: los unos rien, los otros bostezan; que bueno es esto, dicen unos; que malísimo, dicen otros; cada cual cree conocer mejor que los demás donde está el mérito y donde las faltas.

—Bueno, muchacho; y ¿quémas?

—Hay uno que dice que el autor es rubio; otro que moreno, y otro que negro.

—Muchacho, sigue, esos son unos tontos.

—Señor, hay una vieja que dice que es hereje.

—Chico chico, deja esa vieja, que despues de haber dado, como se dice, la carne al diablo, quiere dar ahora los huesos á Dios.

—Hay dos guapos mozos que en cada personaje ven un retrato de una persona que conocen.

—Pues dale un coscorron á cada uno de esos guapos mozos, para que aprendan á ver la falta y no el