Pero su poesía y su filosofía no son aprendidas en los libros, en los centros sociales, en las revoluciones históricas, sino en el gran libro de la naturaleza, perpetuamente docente para el ojo ávido que le consulta sin cesar.
No hay en el horizonte que le rodea un solo objeto que no le hable: el relincho del caballo, el bramido del toro, el canto del ave, el chirrido del insecto, el murmurio del arroyo, el sabor del pasto, hasta el rayo ténue de la luz de una estrella, todo es para él un consejo, una lección, un precepto, una ley, una súplica. La naturaleza es su cátedra y su altar. Mas sacerdote que los augures, mas poeta que los rapsodas, va pensando, leyendo y cantando siempre; la eterna sibila, la sabia pitonisa, ante su imaginación, vá amontonando en la hoguera de su espíritu, chispa á chispa, y en ráfagas sin intermitencia, el fuego sagrado de la inspiración y la llama que alimenta la tranquila meditación.
Esta perpetua contemplación de la naturaleza bajo sus formas desde la tempestad destructora, blasfemia de la naturaleza, hasta el rocío, lágrima de amor, que la noche llora; han hecho del gaucho un filósofo y un poeta, bajo todas las formas que abarca el pensamiento y con todos los matices que puede colocar el genio.
El gaucho es místico, escéptico, espiritualista, materialista; en moral es egoísta ó filántropo; en política casi siempre demagogo.
El predominio de la fantasía y el sentimiento de lo infinito, lo inclinan á la epopeya; la lucha contra las constituciones civiles lo obliga al drama, y el orgullo de la conciencia de su poder lo hace lírico.
El amor es el elemento de su vida social, pero para él casi nunca es un sentimiento, ni un hecho capital de su vida; es un capricho de su fantasía, una aventura de un día.
El gaucho tiene su hogar que exhala ese perfume que hace sentir la poesía y filosofía propias de su carácter; el imperio que ejerce sobre la mujer, la educación especial que dá á su hijo: ese dominio absoluto del déspota, mezclado con la dulce mansedumbre del amante, hace de su rancho, palacio, cátedra, taller, teatro y club; allí manda, enseña, trabaja y se recrea.
Hay indudablemente en la vida familiar un gran fondo de virtud, de poesía y en su natural simplicidad la forma mas perfecta de Gobierno.
El rancho del gaucho no es la choza triste del patriarca bíblico. Medio ciudadano, medio salvaje, tiene que luchar contra la naturaleza, contra sus pasiones, las instituciones, la opresión tenaz de las clases superiores.
Ese combate tan múltiple en sus formas, cuanto tenaz en su acción, hace de su vida un drama interesante que ha encontrado escenas hasta en las esferas del Gobierno, en las cátedras universitarias y finalmente en las páginas de nuestros libros de alta literatura.
El libro del señor Hernandez, es la expresión mas acabada de la vida psicológica y social del gaucho.
«Martin Fierro» es la personificación de sus instintos, de sus pasiones, de sus gustos, de sus aspiraciones, de las fruiciones de su alma, de los sueños de su fantasía, de los cálculos de su mente, de su filosofía racional, de su experiencia cuotidiana.
La payada del gaucho es el elemento, el miserere y el reverie, el sursum corda de su vida tan digna de estudio, que representa al patriarca y al guerrero, de ese tipo tan interesante, que confunde en bellísima síntesis al caballero, al héroe, al ciudadano, al aventurero, el poeta, al filósofo y al sacerdote.
Mañana nos ocuparemos del libro.
Son innumerables los libros que la inteligencia del hombre, en sus diversas aplicaciones, ha producido en los últimos tiempos.
El movimiento intelectual, en algunos paises como Alemania y Francia, presenta los síntomas del delirio febriciente, el magestuoso y sublime desórden de la tempestad.
Pero en ese desborde del genio, en esa loca monumentalización del pensamiento,