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XXXVI — Juicios críticos.

Cuando describe, pinta, y sus cuadros son vivos y animados como la naturaleza misma.


Yo he conocido esta tierra
En que el paisano vivía
Y su ranchito tenía
Y sus hijos y mujer....
Era una delicia el ver
Cómo pasaba sus dias.

Entonces.... cuando el lucero
Brillaba en el ciclo santo,
Y los gallos con su cantos
Nos decían que el día llegaba,
A la cocina rumbiaba
El gaucho que era un encanto.

Y sentao junto al jogón
A esperar que venga el día,
Al cimarrón le prendía
Hasta ponerse rechoncho,
Mientras su china dormía
Tapadita con su poncho.

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Venía la carne con cuero,
La sabrosa carbonada,
Mazamorra bien pisada
Los pasteles y el güen vino...
Pero ha querido el destino,
Que todo aquello acabara.

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No me faltaba un guasca
Esa ocasión eché el resto:
Bozal, maniador, cabresto,
Lazo, bolas y maneas...
¡El que hoy tan pobre me vea
Talvez no crerá todo esto!!


Todo esto es bellísimo; pensamiento, descripción, versificación. El recuerdo del tiempo pasado, la madrugada, la comilona, y el candoroso recuerdo de las guascas que constituían sus riquezas, son preciosidades que enternecen, que encantan y trasportan al lector á la estancia, al rancho, á la yerra, á todas esas escenas sencillas y tocantes que hacen la felicidad del paisano y su familia — felicidad real porque está en la naturaleza, y que solo Martín Fierro ha sabido pintar con sus verdaderos colores.

Por lo que á mí hace, puedo decir que no he visto en las mejores descripciones de Walter Scott y de Fenimore Coopper, nada que iguale á la sencillez, naturalidad y belleza de éstas.

Tiene todavía en este género, y entre un cúmulo de bellezas en que es dificil elegir, un cuadro sin rival, en que competen la grandeza del terror, en que todo es bello, todo es tremendo; tremendo el espanto, tremendo el pavor que inspira. Este cuadro es el malón del Indio.


Allí, si, se ven desgracias
Y lágrimas, y afliciones,
Naides le pida perdones
Al Indio — pues donde entra
Roba y mata cuanto encuentra
Y quema las poblaciones.

No salvan de su juror
Ni los pobres angelitos;
Viejos, mozos y chiquitos;
Los mata del mesmo modo —
Que el Indio lo arregla todo
Con la lanza y con los gritos.

Tiemblan las carnes al verlo
Volando al viento la cerda —
La rienda en la mano izquierda
Y la lanza en la derecha —
Ande enderieza abre brecha
Pues no hay lanzazo que pierda.

¿Y qué decir de la última estrofa?


¿Quién no vé con espanto ante sus ojos al indio feroz y bárbaro, sediento de sangre, ávido de destrucción y carnicería; desnudo, desmelenado y terrible, lanza en ristre hiriendo y matando con furor cuanto encuentra, viejos, mujeres y niños?


Tiemblan las carnes al verlo
Volando al viento la cerda —
La rienda en la mano izquierda
Y la lanza en la derecha —
Ande enderieza abre brecha
Pues no hay lanzazo que pierda.