de tomar en la memoria, es disparate; que la tengo tan mala, que muchas veces se me olvida cómo me llamo; pero, con todo eso, dígamela vuestra merced, que me holgaré mucho de oílla; que debe de ir como de molde.
—Escucha, que así dice, dijo don Quijote:
«Soberana y alta señora:
»El ferido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, magüer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía! del modo que por tu causa quedo: si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que con acabar mi vida, habré satisfecho á tu crueldad y á mi deseo.
—¡Por vida de mi padre, dijo Sancho en oyendo la carta, que es la más alta cosa que jamás he oído! ¡Pesia á mí, y cómo que le dice vuestra merced ahí todo cuanto quiere! y ¡qué bien que encaja en la firma El caballero de la Triste Figura! Digo de verdad que es vuestra merced el mesmo diablo, y que no hay cosa que no sepa.
—Todo es menester, respondió don Quijote, para el oficio que yo traigo.
—Ea, pues, dijo Sancho; ponga vuestra merced en esotra vuelta la cédula de los tres pollinos, y fírmela con mucha claridad, porque la conozcan en viéndola.
—Que me place, dijo don Quijote.
Y habiéndola escrito se la leyó, que decía así: