le viniese en voluntad de no ser emperador, sino de ser arzobispo, querría yo saber agora qué suelen dar los arzobispos andantes á sus escuderos.
—Suélenles dar, respondió el cura, algún beneficio simple ó curado, ó alguna sacristanía, que les vale mucho de renta rentada, amén del pie del altar, que se suele estimar en otro tanto.
—Para eso será menester, replicó Sancho, que el escudero no sea casado y que sepa ayudar á misa por lo menos; y si esto es así, ¡desdichado yo, que soy casado, y no sé la primera letra del A, B, C! ¿Qué será de mí, si á mi amo le da antojo de ser arzobispo, y no emperador, como es uso y costumbre de los caballeros andantes?
—No tengáis pena, Sancho amigo, dijo el barbero; que aquí rogaremos á vuestro amo (y se lo aconsejaremos, y aun se lo pondremos en caso de conciencia) que sea emperador, y no arzobispo, porque le será más fácil, á causa de que él es más valiente que estudiante.
—Así me ha parecido á mí, respondió Sancho; aunque sé decir que para todo tiene habilidad: lo que yo pienso hacer de mi parte es rogarle á nuestro Señor que le eche á quellas partes donde él más se sirva, y adonde á mí más mercedes me haga.
—Vos lo decís como discreto, dijo el cura, y lo haréis como buen cristiano; mas lo que ahora se ha de hacer es dar orden cómo sacar á vuestro amo de aquella inútil penitencia que decís que queda haciendo; y para pensar el modo que hemos de tener, y para comer, que ya es hora, será bien nos entremos en esta venta.
Sancho dijo que entrasen ellos, que él esperaría allí fuera, y que después les diría la causa por qué no entraba, ni le convenía entrar en ella; mas que les rogaba que le sacasen allí algo de comer, que fuese cosa caliente, y asimismo cebada para Rocinante. Ellos se entraron y le dejaron, y de allí á poco el barbero le sacó de comer. Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, dió el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que ellos querían, y fué, que dijo al