volvía con Lotario de la mano; y así como Camila le vió, haciendo con la daga en el suelo una gran raya delante della, le dijo:
»—Lotario, advierte lo que te digo. Si á dicha te atrevieres á pasar desta raya que ves, ni aun llegar á ella, en el punto que viere que lo intentas, en ese mismo me pasaré el pecho con esta daga que en las manos tengo; y antes que á esto me respondas palabra, quiero que otras algunas me escuches; que después responderás lo que más te agradare. Lo primero, quiero, Lotario, que me digas si conoces á Anselmo, mi marido, y en qué opinión le tienes; y lo segundo, quiero saber también si me conoces á mí. Respóndeme á esto, y no te turbes, ni pienses mucho lo que has de responderme, pues no son dificultades las que te pregunto.
»No era tan ignorante Lotario, que desde el primer punto que Camila le dijo que hiciese esconder á Anselmo, no hubiese dado en la cuenta de lo que ella pensaba hacer, y así correspondió con su intención tan discretamente y tan á tiempo, que hicieran los dos pasar aquella mentira por más que cierta verdad; y así, respondió á Camila desta manera:
»—No pensé yo, hermosa Camila, que me llamabas para preguntarme cosas tan fuera de la intención con que yo aquí vengo. Si lo haces por dilatarme la prometida merced, desde más lejos pudieras entretenerla, porque tanto más fatiga el bien deseado, cuanto la esperanza está más cerca de poseello. Pero, porque no digas que no respondo á tus preguntas, digo que conozco á tu esposo Anselmo, y nos conocemos los dos desde nuestros más tiernos años; y no quiero decir lo que tú tan bien sabes de nuestra amistad, por no hacerme testigo del agravio que el amor hace que le haga, poderosa disculpa de mayores yerros. A tí te conozco y tengo en la misma opinión que él te tiene; que, á no ser así, por menos prendas que las tuyas no había yo de ir contra lo que debo á ser quien soy y contra las santas leyes de la verdadera amistad, ahora, por tan poderoso incentivo como el amor, por mí rompidas y violadas.