Cardenio, como ya sabía la historia del mozo, preguntó á los que llevarle querían que ¿qué les movía á querer llevar contra su voluntad aquel muchacho?
—Muévenos, respondió uno de los cuatro, dar la vida á su padre, que, por la ausencia de este caballero, queda á peligro de perderla.
A esto dijo don Luis:
—No hay para qué se dé cuenta aquí de mis cosas: yo soy libre, y volveré si me diere gusto; y si no, ninguno de vosotros me ha de hacer fuerza.
—Harásela á vuestra merced la razón, respondió el hombre; y cuando ella no bastare con vuestra merced, bastará con nosotros para hacer á lo que venimos y lo que somos obligados.
—Sepamos qué es esto, de raíz, dijo á este tiempo el oidor.
Pero el hombre, que le conoció, como vecino de su casa, respondió:
—¿No conoce vuestra merced, señor oidor, á este caballero, que es el hijo de su vecino, el cual se ha ausentado de casa de su padre en hábito tan indecente á su calidad, como vuestra merced puede ver?
Miróle entonces el oidor más atentamente, y conocióle, y abrazándole, dijo:
—¿Qué niñerías son estas, señor don Luis, ó qué causas tan poderosas, que os hayan movido á venir desta manera y en este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra?
Al mozo se le vinieron las lágrimas á los ojos, y no pudo responder palabra al oidor, el cual dijo á los cuatro que se sosegasen, que todo se haría bien; y tomando por la mano á don Luis, le apartó á una parte y le preguntó qué venida había sido aquella.
Y en tanto que le hacía esta y otras preguntas, oyeron grandes voces á la puerta de la venta; y era la causa de ellas, que dos huéspedes que aquella noche habían alojado en ella, viendo á toda la gente ocupada en saber lo que los cuatro buscaban, habían intentado irse sin pagar lo que debían; mas el ventero, que atendía más á su negocio que á los