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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

ajenos, les asió al salir de la puerta, y pidió su paga, y les afeó su mala intención con tales palabras, que les movió á que le respondiesen con los puños; y así, le comenzaron á dar tal mano, que el pobre ventero tuvo necesidad de dar voces y pedir socorro.

La ventera y su hija no vieron á otro más desocupado para poder socorrerle que á don Quijote, a quién la hija de la ventera dijo:

—Socorra vuestra merced, señor caballero, por la virtud que Dios le dió, á mi pobre padre; que dos malos hombres le están moliendo como á cibera.

A lo cual respondió don Quijote muy de espacio y con mucha flema:

—Fermosa doncella, no ha lugar por ahora vuestra petición, porque estoy impedido de entremeterme en otra aventura en tanto que no diere cima á una en que mi palabra me ha puesto; mas lo que yo podré hacer por serviros es lo que ahora diré. Corred y decid á vuestro padre que se entretenga en esa batalla lo mejor que pudiere, y que no se deje vencer en ningún modo, en tanto que yo pido licencia á la princesa Micomicona para poder socorrerle en su cuita; que si ella me la da, tened por cierto que yo le sacaré della.

—¡Pecadora de mí! dijo á esto Maritornes, que estaba delante; primero que vuestra merced alcance esa licencia que dice, estará ya mi señor en el otro mundo.

—Dadme vos, señora, que yo alcance la licencia que digo, respondió don Quijote; que como yo la tenga, poco hará al caso que él esté en el otro mundo, que de allí le sacaré á pesar del mismo mundo que lo contradiga, ó por lo menos os daré tal venganza de los que allá le hubieren enviado, que quedéis más que medianamente satisfecha.

Y sin decir más, se fué á poner de hinojos ante Dorotea, pidiéndole con palabras caballerescas y andantescas que la su grandeza fuese servida de darle licencia de acorrer y socorrer al castellano de aquel castillo, que estaba puesto en una grave mengua.

La princesa se la dió de buen talante; y él luego, embrazando su adarga y poniendo mano á su espada, acudió á la puerta de la venta,