apoyados en el borde de la barraca ó, sencillamente, toman el suelo por asiento.
El campo de lucha está cubierto de arena fina y los límites se señalan con sacos de tierra. Los atletas, grandes y gruesos, verdaderos gigantes comparados con los otros japoneses, van vestidos únicamente con un delantal á listas, ricamente bordado.
El espectáculo dura desde las diez de la mañana hasta las cinco de la tarde. Los combatientes desplegan sucesivamente una fuerza, una habilidad y una resistencia, que arrancan grandes salvas de aplausos de la multitud que les contempla admirada.
Antiguamente las leyes eran tan especiales, por lo menos, como los delitos. Muy severas, por regla general, tenían también extrañas indulgencias, sobre todo cuando los culpables eran ancianos, mujeres, impedidos ó astrónomos, para los cuales el Código recomendaba la clemencia.
Pero, por ejemplo, si un astrónomo, tan paternalmente protegido por la ley, se propusiera desnaturalizar los decretos escritos por los astros en el cielo y hacer falsos pronósticos, era castigado cruelmente.
Allí no había compañías de seguros contra incendios y cuando las casas de madera ardían como cerillas, la ley era terrible para los incendiarios y hasta para los incendiados. Se daba sesenta palos al que involun-