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La Ley

tariamente prendía fuego á su casa, estrangulándosele si el incendio se comunicaba á un edificio que perteneciese á la familia imperial. Este procedimiento enseñaba á ser prudente.

Hoy, resultados tan bárbaros provienen de la aplicación de las leyes modernas á crímenes legendarios, que, antes, acaso hubieren merecido elogios.

He aquí un acto de heroísmo del cual se han hecho eco nuestros periódicos y que para nosotros, no es, ni más ni menos, que un crimen; pero es un crimen muy japonés.

Un pobre y candido aldeano, llamado Kono-Guihei, refería sus penas á unos amigos:

—Mi anciana madre padece de la vista y no se puede curar, está ya casi ciega. He puesto todos los medios para curarla y no lo he conseguido. No tiene remedio, y me mata la pena.

—¿Cómo puedes decir eso?—exclamó un labrador que lo quería saber todo.—Hay un remedio infalible. Ciertamente que es muy difícil de emplear y hasta peligroso; pero nada hay imposible para la piedad de un hijo.

—Estoy dispuesto á todo—respondió Kono-Guihei —¿En qué consiste el remedio?

—En darle de comer á tu madre hígado humano.

El joven aldeano no dudó un momento. Por él ya estaría curada su madre, pero, ¿donde procurarse un hígado humano, sin perjudicar á algún extraño? ¿Matarse él mismo? Esta idea le hizo pensar, pero

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