—¿No estás tú como yo?—dijo Miodjin, con voz temblorosa.—Toda la sangre me afluye al corazón y me ahoga una terrible angustia, á medida que se aproxima el momento, que con tanta ansiedad esperamos.
—Yo también estoy emocionado—dijo Boitoro—pero mi emoción es alegre; mi sangre corre más aprisa por las venas y me siento feliz, mientras que tú pareces sufrir.
—Me asaltan mil inquietudes—replicó Miodjin—es verdad que amamos; pero, ¿somos correspondidos? Las jóvenes á quienes esperamos ¿no habrán dispuesto de su corazón? Tengo tristes presentimientos. Ahora mismo me ha parecido que un zorro me hacía gestos, detrás del tronco de un cedro.
—Abandona los funestos presagios—exclamó Boitoro.—Ya se acerca la barca tan deseada.
En efecto, una barca surcaba el O-gava y se oía como un murmullo musical. Los dos amigos se inclinaron hacia el agua por ver si podían distinguir á las personas que venían en la barca; pero no se veía sino una masa deslumbradora cuyos vivos colores se reflejaban, ondulantes, en el río. No se distinguía sino á los remeros cuyas siluetas se recortaban en el cielo, pero no tardó en verse una serie de banderolas que empavesaban la pequeña embarcación y poco después, quitasoles rosa de papel de fibras de bambú y lindos tocados femeninos.
Los rayos del sol jugueteaban en medio del grupo,