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muerte presentaba á aquel hombre que tan grande aparece en la historia al lado de Isabel I, y cuya gloria empañó tanto su casamiento con la reina Germana!

Y aquel sueño se concentraba y se revolvia, y hacia pedazos la conciencia del rey.

Y en medio de aquel impuro y ardiente torbellino de recuerdos, entre los lividos semblantes del archiduque don Felipe su yerno y del Gran Capitan, el hombre a quien habia odiado mas porque era el único cuya grandeza pudiera darle mas zelos, le pareció ver á Isabel la Católica que le miraba severa y le acusaba en silencio, y le pedia cuenta de aquellos doce años perdidos en una lucha infecunda y vergonzosa y en preparar á Castilla nuevos desastres.

Y cuando el rey, no pudiendo resistir mas, sentia uno de esos terrores pánicos que envuelven nuestro espiritu en medio de una horrible pesadilla y parecen aniquilarle, oyó una voz que decia:

—Don Fernando, don Fernando, despertad que vuestra esposa os llama.

Y el rey despertó, y lija aun en sus ojos la imágen de la reina Isabel, vió sobre su semblante el semblante de una mujer jóven, con la candente mirada fija en sus ojos.

Aquella mujer era la reina Germana.

—¡Oh! ¡y que ensueño tan temeroso! esclamó el rey.

VI.

Por algun tiempo continuaron mirándose el rey y la reina.

El con la mirada medrosa y estraviada; ella con la mirada ardiente, llena de una ansiedad innoble.

La una representaba el terror del remordimiento: I a otra el miedo del egoismo.

Estaban solos.

—Paréceme que andábais en córtes en Calatayud, dijo al fin el rey, ¿por qué sois venida, señora?

—Nuevas me han llegado esposo y señor, qu"! mas de tristeza y cuidado que de contentamiento han sido para mi. Los médicos dicen...

—¿Qué mi fin es llegado, y venis á verme morir?

—Vengo á donde Dios me manda estar.

—Un hechicero me dijo que moriria en Madrigal: una santa que antes de morir ganaria á Jerusalen: paréceme que ni el sepulcro de Cristo he sacado del poder de los infieles, ni este pueblo es Madrigal sino Madrigalejos. Tambien el cardenal Adriano ha venido ayer á mi como los cuervos al olor de la carne muerta: pero le he hecho que se vuelva sin que me vea, y tambien mi confesor, el padre Matienzo, se ha empeñado en que me muero, y me habla de confesion y de testamento, como si yo no hubiese ya otorgádole en Burgos...

—Pero señor, dijo adelantando el doctor Carvajal, que habia asomado poco antes á la puerta; de los prudentes es vivir prevenidos y la mayor virtud de vuestra alteza ha sido siempre la prudencia.

—Si moris, señor, sin renovar el testamento de Burgos, dejareis en grandes dudas á estos reinos y muchas cosas por hacer, dijo la reina.

—Entre otras el señalamiento de maravedises para vos, dijo el rey.

Púsose pálida la reina; porque al decir el rey estas palabras, habia en sus ojos algo de estraño y terrible.

—Y cierto, si teneis razon, añadió el rey : por lo tanto quiero creer en lo de mi muerte y disponerme á ella. Doctor Carvajal confesarme quiero: haced venir al padre Matienzo, y vos, señora, dejadme solo con mi confesor.

Poco despues el padre Matienzo entró.

VII.

De la confesion resultó que el rey mandó llamar al licenciado Zapata, al doctor Carvajal, sus relatores y refrendatarios de su cámara, y al licenciado Zapata su tesorero general, todos del consejo real.

Encerrados con el rey Católico, este con gran secreto les dijo.

—Ya sabeis señores, cuánto he fiado de vosotros en la vida, y porque de lo que me habeis aconsejado siempre ha resultado bien , ahora en la muerte os ruego y encargo mucho que me aconsejeis lo que hacer debo, principalmente acerca de la gobernacion de los reinos de Castilla y de Aragon. En el testamento que hice en Burgos, dejo encomendada al infante don Fernando, mi meto, esta gobernacion, pues, como sabeis, le he criado á la costumbre y manera de España y creo que el principe don Carlos no vendrá á estos reinos, ni estará de asiento en ello* para regirlos y gobernarlos como es menester; que estando, como está fuera de ellos en la tutela de gentes no naturales, mirarán aquellas antes su propio interés, que no el del principe, ni el bien comun de estos reinos.

Calló el rey, y por algun espacio callaron los consejeros, porque veian claro la intencion de Fernando V de mantener su anterior testamento; pero como era necesario que contestasen, dijo al fin á nombre de los otros el doctor Carvajal:

—Vuestra alteza, sabe bien, señor, con cuánto trabajo ha reducido estos reinos al buen gobierno, paz y justicia en que están, y que los hijos de los reyes nacen todos con codicia de ser reyes; que ninguna diferencia en esto hay entre el mayor y los otros hermanos que el de tener el primogénito la posesion. Asimismo conoce vuestra alteza, la condicion de los caballeros y grandes de Castilla, acostumbrados á acrecentarse en las perturbaciones y en las necesidades en que en otro tiempo han puesto y ahora quisieran poner á sus reyes: parece por fo tanto á los de vuestro consejo, señor, que debe vuestra alteza dejar por gobernador de estos reinos de Castilla al principe don Carlos, á quien de derecho corresponde la sucesion de ellos; porque, sin embargo en que el señor infante don Fernando es tan escelente de virtudes y buenas costumbres, siendo de tan poca edad como es, necesita ser regido y gobernado por otros, en los cuales, acaso no ge pueda tener tanta seguridad que, puestos en el gobierno, no deseen movimientos y revoluciones para destruir el reino, y destruyéndole acrecentarse. Y no puede haber seguridad alguna que esto escuse sino dejando lo suyo á su dueño, cosa muy conforme á Dios y la buena conciencia, á la razon natural, al derecho divino y humano y en que hay menos inconvenientes. Acuérdese vuestra alteza de lo pasado y de las dificultades y trabajos que vuestra alteza y la reina Católica tuvieron cuan lo empezaron á reinar, y conocereis, señor, claramente, en cuánta desgracia quedará todo dejando por gobernador al infante don Fernando, estando ausente el principe don Carlos y viviendo la señora reina doña Juana vuestra hija. Ved, señor, que dejando el gobierno al infante, le poneis en grandes tentaciones de hacer lo que su condicion no le aconseja y que apoderado el infante de estos reinos, nunca vendrá á ellos su legitimo señor el principe don Carlos.

Calló el doctor Carvajal y el rey guardó silencio por un gran espacio, sin que ninguno de los consejeros se atreviese á romperle.

—Ya que no deje el gobierno al infante, dijo de repente el rey, ¿á quien creeis que debo dejarlo entre tanto viene de Flandes o provee de ello el príncipe don Carlos?

Guardaron silencio embarazados por esta pregunta los del consejo, y solo Zapata se atrevió á nombrar al cardenal arzobispo de Toledo fray Francisco Jimenez de Cisneros.

Frunció el rey el cano entrecejo y dijo con voz ronca.

—Pronto vosotros sabreis su condicion.

Y como ninguno le replicase, añadió con voz mas serena.

—Aunque es buen hombre, de buenos deseos, criado de la reina y mio, y siempre hemos visto y conocido tener la aficion que debe á nuestro servicio.

—Asi es la verdad, señor, dijo el licenciado Francisco de Vargas, y tan buena es la eleccion, que sin grandes inconvenientes no puede hacerse en otros señores y grandes que la esperan.

—¿Y en lo de los maestrazgos, dijo el rey con voz insegura, puedo dejarlos á mi nieto el infante don Fernando? ¿Qué me aconsejais?

—Si la posesion de un solo maestrazgo, señor, dijo el licenciado Vargas, ha bastado tantas veces para poner en turbulencias el reino, ¿cómo quiere vuestra alteza que no sea peligroso poner tres maestrazgos en una persona real? Quedar deben en la corona, y no robustecer y dar soberbia á vasallos, tanto mas, cuando vuestra alteza y la reina Católica proveyeron tan sabiamente poner su administracion en sus personas.

—Verdad es, dijo el rey; pero mirad que queda muy pobre el infante don Fernando.

—La mejor riqueza que vuestra alteza puede dejar al infante, es dejarle bien con el principe don Carlos, su hermano mayor, rey que ha de ser, y por lo demás, vuestra alteza puede dejar al infante en el reino de Nápoles lo que fuere servido, que esto aprovechará á Castilla, y aprovechará tambien á la guarda de Nápoles.

— Quiero pensar á mis solas en lo que me habeis dicho , contestó el rey despues de un momento de meditacion : id y llamad á mi protonotario Clemente Velazquez, y volved.

Los tres consejeros salieron.

El rey quedó solo á la opaca luz de una lámpara que habian puesto sobre una mesa dentro de la estancia, oyendo el zumbar del viento y el continuo rumor de la lluvia.

—Mi nieto don Carlos se ha criado entre gente estraña, murmuró el rey. Los flamencos son tales mercaderes, que harán mercancia de Castilla... Don Carlos será un mal rey de España... de ella sacará soldados y dineros para defender lo que no será de España, sino suyo... ¡Ah! ¡mis hijos! ¡ah mi hijo don Juan! ¡ah mi hijo don Miguel!; ah mi noble rema Isabel!

Y los ojos del viejo rey se arrasaron de lágrimas, y tocando Dios su corazon con el santo recuerdo de sus hijos muertos, de su esposa muerta, se arrepintió de lo que habia intentado, tuvo vergüenza de las debilidades I conque habia empanado su grandeza, púsosele delante su gloria, y á través de su gloria vió á sus reinos, á su Aragon, á su Castilla, que fijaban asidos de las manos, una mirada ansiosa en su lecho de agonia.

—El infante don Fernando le he criado yo... seria un ! buen rey, murmuró; quiera Dios que algun dia no sien ta Castilla la revocacion de mi testamento de Burdos. Pero la guerra civil... la nobleza... las codicias de los» unos... la traicion de los otros... Cúmplase la voluntad de Dios. Sea rey de todos nuestros reinos el principe don Carlos

......

VIII.

Poco despues el protonotario Clemente Velazquez redactaba las nuevas cláusulas del testamento del rey Católico: la tentacion habia pasado, las malas pasiones se habian estrellado contra la conciencia del rey, que no se atrevia á presentarse ante Dios con la grave culpa de haber dejado en herencia á sus reinos la guerra civil.

Sus últimas disposiciones marcan cumplidamente has— ta dónde llegaban la prevision y la politica de Fernando V.

Si nombrado por él regente del reino el infante, este hubiese podido nominar los sucesos, España hubiera ganado mucho; pero Fernando V conocia bien á sus vasallos: los aragoneses hubieran sacudido el yugo, esto es, su union con Castilla, y esta hubiera vuelto á los tiempos de Enrique IV.

Puede decirse que Fernando V abarcó en su última mirada el porvenir, y que si algunos años antes de su muerte, incurrió en debilidades , de que ningun hombre se libra, y menos los reyes, reconquistó su nombre, le restauró, asegurando en su testamento la paz y la unidad de sus reinos.

La agonia del rey fue penosa: aquella alma fuertisima no podia separarse sin un gran esfuerzo del cuerpo que habia alentado.

Entre una y dos de la mañana del dia 23 de enero, murió.

¿Quereis ver aquel rey tan grande, tan justamente célebre, compañero de la reina de las reinas, y participe de sus glorias?

Id á Granada, y alli, bajo la abside de un severo templo gótico, vereis un magnifico sarcófago de mármol de Carrara.

Mirad sus dos estatuas yacentes, en las que tiembla la luz de una lámpara que perennemente arde desde hace trescientos años.

Son los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel.

¿Dónde está la reina Germana?

Fue una sombra que pasó por la vida del rey Católico.

El duerme alli eternamente con su amorosa Isabel.

¿Dónde está el miserable aposento del meson de Madrigalejos?

Aquella fue la ceniza puesta por Dios en la frente del soberbio.

Sobre ese magnifico mausoleo, parece que brilla aun el sol de la grandeza de las Españas; sobre él se apila la gloria de nuestra patria, y un dia, tal vez no lejano, podamos acercarnos á ese sepulcro sin vergüenza, y decir á Isabel y á Fernando:

—Levantáos de vuestras tumbas; levantáos un momento , y mirad á vuestra España grande, feliz, próspera, respetada: levantáos un momento, y despues dormid en paz.

Manuel Fernandez y González.


MONUMENTOS DE TOLEDO.

LA PUERTA DEL SOL.

I.

Existe una arquitectura, ó por mejor decir, existen los restos de una arquitectura, que fue el simbolo y es hoy la fisonomia mutilada de un gran pueblo.

Poético, ardiente, civilizador el pueblo que la produjo, calcándola sobre la arquitectura bizantina que encontró en Oriente ante su paso conquistador, esta arquitectura fue á su vez poética, ardiente, civilizadora.

Tomó de la arquitectura vencida el fuste, el capitel, le arco ornamentado, la sencillez de las lineas'y la complicacion de los detalles: pero hizo mas esbelta la columna, mas caprichoso el capitel, mas ligero el arco, mas ingenioso, mas profuso, mas rico el adorno. Alumbro con una luz mas fantástica, mas misteriosa, mas dulce, el interior de sus templos y de sus palacios; escribió alrededor de las colúmnas, de los arcos, á lo largo de los frisos, entre los adornos, leyendas de religion y de amor; imprimió en la piedra y en el estuco, y en los ladrillos de colores, un no sé qué vago, dulce, infinito, espiritu de un pueblo soñador y creyente; hizo, en fin, un poema y una historia de cada uno de sus monumentos, y los arrojó á la admiracion de las generaciones como otros tantos himnos escritos en piedra.

Aquel pueblo y aquella arquitectura su simbolo, fueron el pueblo y la arquitectura árabe.

Caracteristica, severa, mistica eu Oriente; robusta sencilla, parca, al pasar á Occidente, tuvo una nuevu modificacion; se habia encontrado con la arquitectura bizantina meridional, mas dulce, mas bella que la de Oriente; se habia detenido ante ella, la habia contem—