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EL ROBINSON SUIZO.

de paso, pues urgia llegar temprano á la granja del lago, objeto del viaje, para tener lugar de recoger la cantidad suficiente de algodon para los lechos que debíamos ocupar aquella noche bajo la tienda.

A medida que nos alejábamos de Falkenhorst, las huellas de la serpiente iban desapareciendo hasta que se perdieron del todo. El silencio que por do quier reinaba no fue interrumpido en todo el camino, hasta que oímos el canto del gallo y el balido de las ovejas, que nos saludaban desde léjos. Al llegar á la granja, vióse con no poca satisfaccion que todo estaba allí en el mejor estado como si la hubiéramos dejado la víspera. Resolví, pues, pasar el resto del dia en aquel sitio delicioso, y miéntras la madre aderezaba la comida, nos dispersámos por las inmediaciones para hacer la provision de algodon que se proyectara.

Despues de comer, llegó el caso de la batida, para lo cual nos dividímos en tres cuerpos, con el encargo de explorar el terreno que respectivamente á cada uno le fuera designado. Ernesto y su madre quedaron al cuidado del bagaje y con el encargo de recoger en el arrozal inmediato las espigas maduras. Esta mision ofrecia tanto riesgo como las nuestras, y para prevenirlo y defender á quienes estaba encomendada, les dejámos á Bill como resguardo. Santiago y Federico, acompañados de Turco y del chacal, tomaron por la orilla derecha del lago, y yo seguí con Franz la izquierda con los otros dos perros daneses. Esta fue la primera vez que asocié al hijo menor á los peligros de una expedicion lejana, entregándole un retaco. Iba á mi lado con la cabeza erguida, ufano como un niño que se imagina haber ya llegado á la pubertad, no cesando de contemplar su arma, que manejaba tambien por primera vez, y así ardia en deseos de que se presentase ocasion de usarla. Fuímos costeando el lago despacio, y á competente distancia, gozando en ver los gallardos cisnes negros y otras numerosas aves acuátiles que jugueteaban en su tranquila y tersa superficie. Franz estaba sobremanera impaciente por hacer su primer ensayo y contribuir con algo útil para la comunidad, y ya se disponia á disparar á alguna de las aves cuando creímos oir, como si saliera de lo más intrincado del cañaveral, una especie de mugido sordo y prolongado. Paréme receloso; Franz hizo lo mismo, y ambos nos echámos á discurrir de dónde podria venir aquel ruido.

—Ya caigo, exclamó el niño. ¿Si será el onagrillo que nos habrá seguido hasta aquí?

—Es imposible, le respondí, porque quedó arrendado con su padre; y si fuera él, le hubiéramos visto pasar. Más bien creo que ese mugido es el de un pajarraco que se cria en las lagunas, que llaman alcaravan.

—Pero ¿cómo un pájaro puede berrear así? Si más bien parece ser un buey ó un asno.

—El alcaravan, añadí, es una como urraca, á cuya familia pertenece. Su canto le ha dado el sobrenombre de buey de las aguas ó lagunas. La voz de los animales, para que lo entiendas, no depende de su tamaño, sino de la conforma-