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así no se podían cumplir las profecías. Un poeta muy leído por el bello sexo, aseguró que el mundo era excelente, y que por lo menos, mientras él, el poeta, viviese y cantase, el querer morir era prueba de muy mal gusto.

Triunfó, a pesar de estas protestas y de las corruptelas de algunos políticos atrasados, la genuina interpretación de la soberanía nacional. Se puso a votación en todas las asambleas legislativas del mundo el suicidio universal, y en todas ellas fué aprobado por gran mayoría.

Pero, ¿qué se hizo con las minorías? Un escritor de la época dijo que era imposible que el suicidio universal se realizase desde el momento que existía una minoría que se oponía a ello. "No será suicidio, será asesinato, por lo que toca a esa minoría."

"¡Sofisma! ¡Sofisma! ¡Metafísica! ¡Retórica!"—gritaron las mayorías furiosas—. "Las minorías", advirtió el doctor Adambis en otro folleto, cuya propiedad vendió en cien millones de pesetas, "las minorías no se suicidarán, es verdad; ¡pero las suicidaremos!" Absurdo, se dirá. No, no es absurdo. Las minorías no se suicidarán, en cuanto individuos, o per se; pero como de lo que se trata es del suicidio de la humanidad, que en cuanto colectividad es persona jurídica, y la persona jurídica, ya desde el derecho romano, manifiesta su voluntad por la votación en mayoría absoluta, resulta que la minoría, en cuanto parte de la humanidad, también se suicidará,per accidens.