Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/191

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
185
 

nes imposibles. Prefería el disgusto amargo y escondido de quedarse en casa, de no ir a bailes ni teatros, fingiendo gran filosofía, reconociéndose gallina, aunque otra le quedaba. Se permitía, como corta recompensa a su renuncia, el placer material, y para ella voluptuoso, de aflojarse mucho la ropa, de dejar a la carne invasora y blanquísima (eso sí) a sus anchas, como en desquite de lo mucho que inútilmente se había apretado cuando era delgada. "¡La carne! Como el mundo no había de verla, hermosura perdida; gran hermosura, sin duda, persistente... pero inútil. Y demasiada." Cuando el cura hablaba, desde el púlpito, de la carne, a la mayor se le figuraba que aludía exclusivamente a la suya... Salían sus hermanas, iban al baile a probar fortuna, y la primogénita se soltaba las cintas y se hundía en un sofá a leer periódicos, crímenes y viajes de hombres públicos. Ya no leía folletines.

La segunda luchaba con la edad de Cristo y se dejaba sacrificar por el vestido que la estallaba sobre el corpachón y sobre el vientre. ¿No había tenido fama de hermosa? ¿No le habían dicho todos los pollos atrevidos e instruidos de su tiempo que ella era la mujer que dice mucho a los sentidos?

Pues no había renunciado a la palabra. Siempre en la brecha. Se había batido en retirada, pero siempre en su puesto.

Nieves... era una tragedia del tiempo. Había envejecido más que sus hermanas; envejecer