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ausencia le cuida una vecina, pues hoy ya no exige su enfermedad que yo le asista sin cesar como antes.

—Bueno. Pensaremos también en tu padre.

Al día siguiente el papa tenía en su poder la rosa de oro de la iglesia de San Mauricio y Santa María Magdalena, de Hall, y María Blumengold volvía a su tierra con una abundante limosna del Pontífice.

***

Cuando llegó la Pascua de aquel año, la diplomacia se puso en movimiento, a fin de que la rosa de oro fuera esta vez para una famosa reina de Occidente, de quien se sabía que era una Mesalina devota, fanática, capaz de quemar a todos sus vasallos por herejes, si se oponían a sus caprichos amorosos o a los mandatos del obispo que la confesaba.

Por penuria del tesoro pontificio o por piadosa malicia del papa, aquel año no se había fabricado rosa alguna del metal precioso. El apuro era grande; el rey de Occidente, poderoso, se daba por desairado, por injuriado, si su esposa no obtenía el regalo del Pontífice. ¿Qué hacer?

El papa, muy asustado, confesó que tenía una rosa de oro, antigua, de origen misterioso. La reina devota y lúbrica contó con ella.

Pero llegó el domingo de Lætare y no se bendijo rosa alguna. Porque aquella noche el papa lo había pensado mejor, y sucediera lo que Dios