Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/99

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
93
 

Cristina tuvo lástima; y, clavándole los ojos pensativos y cargados de lectura con que le miraba hacía tantos días, le dijo:

—Mire usted, Florez, le perdono, porque he tenido yo la culpa de que usted pudiera llegar a tal extremo. No ha sido coquetería; ha sido... que todos somos débiles; que usted ha sido elocuente, y yo iba haciéndome intrincada y excepcional..., porque sus palabras parecían un filtro de melodrama... Pero, francamente, llega usted tarde. Otro ha corrido más. No se asuste usted... Su rival... es un libro. Ni siquiera recuerdo el nombre del autor, porque yo, poco literata, hago como muchas mujeres que no suelen enterarse del nombre de quien las deleita con sus invenciones. Pensaba este verano llenarme la cabeza de novelas; comencé en el tren una, la primera que cogí, y empezó a interesarme mucho; después... llegó usted... con sus novelas de viva voz, y, se lo confieso, por muchos días me hizo abandonar el libro; pero en la lucha, que era natural que dentro de mí mantuviera mi vulgaridad materialista y grosera de burguesa honrada, con la hembra excepcional que íbamos descubriendo, me acordé de lo que había visto en los primeros capítulos de aquel libro extraño... Volví a él... y poco a poco me llenó el alma; ahora lo entendía mejor, ahora le penetraba todo el sentido... Eran ustedes rivales... y venció él. Porque él da por sabido todo eso que usted me cuenta..., lo entiende, lo siente... y no lo aprueba; va más allá, está de vuelta y me restituye a mi