pues en el delta se le ve prosperar al sol y a la sombra, en los terrenos secos y en los húmedos.
El día que descubrí esta planta en mi isla, me paseaba por entre mis frutales dedicándole mis cuidados, cuando al ponerse el sol percibí repentinamente un olor a vainilla, tan suave, grato y penetrante, que me embargó deleitosamente. No sabiendo a qué atribuir aquella improvisa fragancia, que no me parecía provenir de las flores, sino de esencias o perfumes, se me figuró que había pasado por allí alguna apuesta dama de la ciudad, dejando en pos de sí la estela olorosa de sus ropas perfumadas. Pero muy luego vi un pequeño arbusto florido, el duraznillo, que me reveló la procedencia del exquisito aroma que se confundía con el de la preciada vainilla.
El arrayán es aquel vegetal favorito de los antiguos, conocido con el nombre de mirto, tan ensalzado por los poetas de todos los siglos, dedicado entre los Griegos y los Romanos a la diosa de la hermosura; emblema de los triunfos de los amantes y los guerreros; aquel poético mirto, con cuyas flexibles ramas se hacían coronas para honrar a los héroes y a los magistrados, y que los hebreos, en la fiesta de los Tabernáculos, llevaban en la mano junto con la palma y el olivo: ese mismo mirto es el que hoy, con el nombre de arrayán, embalsama y poetiza con su presencia los vergeles del delta; así como continúa y continuará siendo el ornato indispensable de los jardines en uno y otro hemisferio.
El arrayán es un arbusto elegante y delicado, siempre verde, que se eleva cinco o seis metros; su follaje es denso y luciente; compuesto de hojas pequeñas de un verde claro, lanceoladas, agudas, de