¡Cuán poco tiene que hacer el hombre para ser el dichoso dueño de esta joven naturaleza que lo espera con los brazos abiertos para inundarlo de los goces más puros y embriagarlo con sus encantos! Ella todo lo tiene allí preparado para la cómoda y deliciosa mansión de sus amantes: boscajes deleitosos, suavísimos aromas, aguas saludables, aire purísimo, mieles y frutas delicadas, aves y peces variados, sabrosas carnes, preciosas pieles, leña y madera en abundancia, animales dóciles y útiles, vías cómodas, y riegos practicados por la misma naturaleza; sin fieras que domeñar, sin especies ponzoñosas que temer, sin cenagales infectos que desecar, sin matorrales espinosos ni troncos robustos que talar, y sin necesidad de labrar ni bonificar la tierra para hacerla producir cuanto el hombre pueda apetecer para su regalo y su riqueza. Tales son las islas que forman el delicioso Tempe Argentino donde confunden sus aguas el Paraná, el Uruguay y el Plata.