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42 — El Tempe Argentino.

Allí no se usan cerraduras ni trancas en las puertas, aunque las chozas queden solas por muchos días; nadie osa tomar lo ajeno; el hogar y cuanto hay en él está protegido por la religión de la hospitalidad, la cual sólo permite que el forastero que llega a la choza solitaria, tome de ella lo necesario para su inmediato refrigerio y descanse en la cama de su dueño ausente.

Tales son hasta hoy mismo las costumbres envidiables del Tempe Argentino.

La hospitalidad es el rasgo más característico del isleño, como lo es de todos los naturales de la campaña en la vasta región a que dan su nombre el Paraguay, el Paraná, el Plata y el Uruguay. Cuanto menos civilizados son los indígenas de un país cualquiera, y cuanto menos frecuente es la comunicación entre los diferentes grupos, tanto más vigoroso se manifiesta el sentimiento de la hospitalidad. El ha existido y existe en todas las regiones del orbe, tanto entre los pueblos salvajes, como entre los más morigerados, que se encuentren en esas condiciones de segregación y de incultura. No parece sino que la hospitalidad es un sentimiento innato, grabado en el corazón humano por su Hacedor, para conservar la confraternidad entre todos los hombres, y asegurar la sociabilidad, haciendo imposible el aislamiento de los pueblos. Y así como para la perpetuidad de la especie, dio al amor el atractivo del supremo deleite físico; así, para asegurar los vínculos de la sociedad universal, acompañó el ejercicio de la hospitalidad de un placer moral inefable.

Todas las naciones han propendido a fomentar la práctica de la hospitalidad haciendo de ella un dogma sagrado, una ley inviolable. Tanto en la India, como en la Grecia y el Egipto, era una creencia