vez, en casa de un droguero, gran cantidad de una sal especial que, después de mis experimentos, sabía yo que era el último producto necesario; y finalmente, en una noche maldita, reuní los ingredientes, vigilé su ebullición, los vapores que salían del vaso, y cuando cesó el hervor, en un arranque de valor, bebí la pócima.
Terribles angustias se apoderaron de mí; crujidos de huesos, náuseas mortales, y un horror del alma que no puede ser mayor en la hora de la muerte ó del nacimiento. Luego, aquellos instantes de agonía comenzaron á disminuir gradual y lentamente, y volví en mí como si hubiese salido de una grave enfermedad. Había algo extraño, algo nuevo é indescriptible en mis sensaciones, y su novedad real las hacía extraordinariamente dulces y gratas. Me sentía más joven, más feliz en todo mi ser; en mi fuero interno experimentaba como una audacia embriagadora, tenía á la vista un mundo de imágenes sensuales que corrían con la misma rapidez que el agua al salir