Página:El cerco de pitas (1920).pdf/103

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
99
El cerco de pitas

Haydée acaba de hacer un acorde que me da la clave del enigma dichoso de su sonrisa. ¡El minué! Es el minué lo que ha comenzado: el minué que apenas una sola vez toqué en mi visita anterior.

Yo la sigo, bocetando el elegante bailable con tonos bajos solamente. Espero, momento por momen—to, como cosa lógica, que Haydée se detenga exclamando:

—No aprendí más.

Pero no: continúa tenue primeramente, nítida y segura después, imprimiendo a la pieza palaciega finura, hálito pulcro de salón principal y galano.

Pueblan los sones, como armados de aristocracia, el modesto recinto. Y mis ojos, que han quedado maravillados en las divinas manos deslizantes y sabias de Haydée, llevan ahora su mirada, como contemplando la escena de un ensueño, a la mesa tapizada de felpa azul marino, en cuyo centro destácase el florero lleno de rosas; el gato negro, aterciopelado, que desde un ángulo de la misma se ha puesto como una esfinge amiga a contemplarnos; al rayo de sol que cruza la habitación y a lo largo del cual las pelucillas son minúsculos oros volantes; a la anciana cuya cabeza blanca se ha erguido, cuyo rostro se anima lleno de ansia y de riente promesa nueva, y la cual, mirando hacia la puerta, dice:

¡Entra, entra, pues!

Yo veo entrar a Tanyra vestida de blanco, como una hada niña rodeada de alabastrinas espumas.