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El cerco de pitas

ja de reloj enloquecida, y de pronto, ganado con el vientre el travesaño, de nuevo la horizontal de todo el cuerpo, serenísima. Y es otra vez el remolino frenético. Y el descanso, sentado con toda naturalidad frente al público!

Este rompe en un aplauso delirante, ensordecedor, con golpear de bastones, con vitores estentóreos. La aclamación, compacta, que a pesar de su estrépito adquiere carácter solemne, no finaliza nunca.

En medio de tal victoria, radiante de su evidencia, el niño, con un inesperado movimiento limpísimo, pónese de pie sobre el través. El triunfo, se dijera, ha llevado rosa vivo de su malla a sus mejillas. Zambúllese en el espacio, con el gesto habitual de los nadadores. Y... no ha quedado prendido de los pies. No está en el trapecio.

El rumor de los aplausos que habían continuado, no permitió percibir el choque del cuerpo del niño estrellado contra el suelo.

Un escalofrío de pánico paraliza la ovación del público que permanece un instante lívido, sus dos mil ojos absortos, mudo unánimemente.

Y, transcurrido el momento de indescriptible confusión que sigue a la caída del segundo trapecista, los currutacos que rodean a Laura, en el "foyer", observan con envidia la consideración condolida que le merece a ella el señor de la butaca 15.

Los mozalbetes dicen:

Es muy sentimental el señor.