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El cerco de pitas

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do convenían todos en que no era otra que la ausencia de Rufo, les revelaba con sigilo el gran su111 ¡Es que ella le dió el álbum!

Llegó el primer domingo. Habían transcurrido ocho días. Las amigas hallaron a Berta sin ganas de salir, e hicieron rueda con los demás de la casa.

La tertulia familiar se animaba con las ocurrencias y chirigotas del tío, festejadas por los mozos y censuradas por sus hermanas, verdaderas matronas cargadas de hijos.

En estas un mensajero trajo un paquetito escrupulosamente envuelto en papel de seda floreado.

¡Qué delicadeza!

—¡Es el álbum!—exclamaron todos a un tiempo.

La exclamación unánime desconcertó a Berta.

En su rostro de porcelana los ojos quedaron abiertos, inmóviles de asombro.

¡Trae! ¡Se hace la zonza! dijo un primosepamos también nosotros el elogio que le habrá hecho Rufo.

Ella quiso impedirlo; pero cedió, pues de cualquier modo luego lo leerían. Además se auguraba un gran éxito entre sus amigas que se aprestaban a escuchar.

Las mamás hacían callar a sus chicos. el abuelo fumaba despacioso, contemplando satisfecho el cuadro.

—¡Qué buena idea, Berta! — decíanle por aquí.

—¡Lindo álbum! — agregaban por allá.