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El cerco de pitas

de quebracho en que se estrella y contiene el Plata.

Un profundo respiro llenó de aire su pecho.

Nubes purpúreas o alabastrinas recogían la luz del sol hundido tras de la ciudad. Aquellos reflejos pusieron dos chispas en sus ojos azules, animando su cara rugosa bajo el chambergo deforme. Mesábase la barba dura y blanca sin dejar de sumir la mirada en la lejanía. Era que el cuadro de toda su existencia se le presentaba a la vista. Y se quedó quieto, abismado. Por allá estaba antes el muelle de pasajeros. Con su mujercita, con su tío que lo fué a recibir, llegó hasta el maderamen riendo a carcajadas. María, que por un rasgo de valor no quiso pasar del buque a sus brazos, casi pierde pie y cae fuera de la balandra en "questa acqua nera come i figli del paese", dijo el tío. Y entonces él hizo aquel chiste siempre recordado: para ahogarse era más lindo el mar de Italia.

Desde el muelle vió cómo los carros metidos en el agua llevaban su mediomundo y sus maletas a la orilla. 30.000 liras, todo su patrimonio, puso en manos del tío Giulio. Este estaba asociado con Honores, un criollo de mucha levita y guante, de mucho bastón y joyas estrafalarias. "Sfianco—Honores, comisionistas". Medio año de luna de miel con su María: ahí está la única página feliz de su existencia. El tenía en la casa Sfianco—Honores un libro de entradas y salidas y lo llevaba confiadamente al tuntún. Escuchó una noche la primera pelotera sostenida a puerta cerrada entre su tío y el