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Edmundo Montagne

El pasar próximo de algunos vecinos obligó a Pastora a ahuyentar repetidas veces sus visiones y a estrangular sus sollozos.

Desahogada al fin, se fué a su habitación, donde doña Casilda, que sospechaba el enojo de su hija con Pedro, le preguntó qué tenía.

La moza no le dió respuesta cierta. Queriendo disimular su pena, tomó una pieza de tarea y se puso a coser como Casilda.

Sabía que su madre no la comprendería. A su hermano Agenor tampoco le diría nada, por lo mismo, y porque no se creyese en el caso de ver en Pedro a un enemigo.

Al día siguiente habló de su pesar a su amiga y vecina Manuela, quien antes de aplaudir su conducta y aconsejarle se mantuviese firme en ella, la trató con lástima irónica y la tildó de melindrosa.

—No ves cómo Amalia y Carmen y Juana se divierten en ese centro? Ya están preparándose para la noche del sábado. Ellas también tienenquien las lleve, y a ninguna se le ha ocurrido enojarse por eso.

Ante estas indicaciones de su amiga, Pastora creía prudente no replicar; pero recordaba que las muchachas que le nombraba tenían su historia escabrosa, y que precisamente era la de una clase reprobable de amistad con sus compañeros de baile.