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Edmundo Montagne

Esta permaneció retraída en el patio mientras madre y amiga se aprontaron y salieron.

Doña Casilda, antes de partir, lanzó palabras groseras a su hija. Y hubiese llegado en su enojo a zamarrearla y arañarla, a no terciar Agenor.

—Dejala que se aburra sola, por pava, y andá vos con Manuela.

Algunos vecinos de ese patio, cuchicheantes, después de presenciar la escena desde sus respectivas piezas, cerraron las puertas.

Acurrucada en su asiento, quedó Pastora como idiotizada. De repente se incorporó, corrió al cuarto, se envolvió en una manta y fué en puntas de pie hacia la escalera del fondo. prisa y con el mayor tiento y sigilo, subió a la azotea, cruzóla, y en la balaustrada del frente se agazapó.

Allí permaneció mirando a la calle. Por la acera que ella veía descendían grupos de mozas y mozos con aire de fiesta. Sin moverse de donde estaba, Pastora divisaba la entrada del salón, allá en la acera de enfrente, en la otra cuadra. Numerosas luces le formaban guardas y otros adornos, y en la vereda se detenían los curiosos.

Un automóvil gangueó en la esquina y vino bajando en la dirección de las gentes. Algunos que se volvieron y miraron al auto, exclamaron: "¡ Pedro!", y comentaron vivamente algo.

Latióle a Pastora el corazón brutalmente. Siguió con mirada enloquecida y devorante al vehículo que se detuvo frente al salón y también ella exclamó: