a Betito, hijo de ambos. — Apuesto a que mi camisa...
—¿Tu camisa? Si fuera sólo tu camisa...
¡Qué! ¿A ver? ¡Muéstramela!
Al ir a buscarla, Berta, malignamente satisfecha, sonríe.
Viendo Manuel su alba prenda de gala para el baile de esa noche jaspeada de puntos renegridos...
Qué hago sin camisa! — suspira, como si todas las cosas del mundo se perdieran con ella.
¡Esto es una plaga! Tendré que ir con una...
—Tendrás que ir al baile corta Berta smoking y en camiseta, porque lo que es yo, mi hijito...de —Con una de las otras...subsana él.
—Sin planchar—retruca ella.
¡Pero Berta! ¿qué te cuesta?
—No: yo no estoy dispuesta a hinchar el lomo cuando me toca descansar.
Irás a pasar la tarde con tu madre, quieres decir?
Y si no? ¡Mira!
—De paso, dejas una camisa a la planchadora.
¡Ya ves!
¿Estás seguro de que no hace sábado inglés?
¡Berta, Berta! — grita fuera de sí Manuel que descubre claramente en su mujer un afán mortificador desconocido.
Congestionado todavía a pesar de convenir en