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Edmundo Montagne

A las 9 y 30 sale su mujer acompañada de Betito. Mientras tanto queda él mirando y remirando la lujosa camisa con que debió deslumbrar y cuya marmórea pechera ha echado a perder sacrílegamente el hollín del restaurant.

Pero está de Dios que esa noche no irá al baile ni con camisa común. La mujer trae la noticia de que la planchadora ha cerrado: se ha ido al cine.

—¿Eh?

—ruge como loco Manuel.

Betito se agarra de las faldas de Berta, llorando aterrorizado.

Es la primera vez que agita al matrimonio una pelotera. Berta se ha propuesto vencer y vence, porque Manuel va y viene por el cuarto, bufa, se encoleriza doblemente cuando ella alude a la chimenea fatal y llega al colmo de la ira y del fracaso cuando ve sobre la mesa de noche una invitación que no es la suya.

—¿Quién la trajo?

—Casilda.

—¿Quién es Casilda?

—¡No grites, hombre, que te oirá! Es la vecina de al lado.

Se tira Manuel en la hamaca y se queda mordiéndose las uñas.

Quince días después Berta sabe que su triunfo ha sido completo. Baldomera Catucho, que figuraba en la invitación al frente de la comisión de señoritas, estuvo de temporada en el baile con un joven que ahora la visita como novio. Manuel tie-