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Edmundo Montagne

ves, eran los solos descansos de Laura. Salía de ellos más trabajadora, como si los huyera.

A veces substentaba la esperanza un tanto repugnante de que don Perfecto le alquilaría un salón. Ignoraba que lo había pensado y casi decidido el año anterior, cuando ella se le ocurrió tener de modelo durante diez días seguidos a Daniel.

Daniel, ese pelafustán, al pensar de don Perfecto. Daniel, el poeta, al sentir de Laura y doña Concepción.

Daniel Liraico, el disparatador profuso, opinarán los que sigan mi relato y recuerden su firma al pie de versos llenos de parques de raso, princesas de niebla, cisnes de suspiro y lunas como de vaho de alcanfor.

Y sin embargo ese "loco" era un amigo consecuente de la pintora. Cierto es que a la Comisión de Bellas Artes le bastó ver su retrato para rechazar a Laura del Salón; no menos cierto que el haberlo hecho le costó a la misma el que don Perfecto no la favoreciese... De ambas cosas abrigaba la sospecha. Pero no dejaba de confiar en el sincero entusiasmo que Daniel tenía por sus cuadros, presintiendo que habría de serle beneficioso.

Y es que ya lo había sido. Las primeras noticias que de sus obras recibió el público fueron dadas por Daniel en las revistas donde escribía, y el buen muchacho multiplicaba ahora sus diligencias para que las nuevas pinturas no fueran rechazadas del Salón. Había visto en persona, uno por uno,