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Edmundo Montagne

redacción de mi diario.

—¡Caramba: en verdad, y lo siento!

Y a mi aflicción replicó, echando atrás gallardamente su capa y sacando su cartera:

—Es que no leyó los juicios. ¡Qué periodistas estos! Entérese. De La Nación, de La Prensa, de La Razón...

Y me alargaba los recortes que yo recorría buscando el nombre de la Dambré.

Los diarios, las revistas coincidían en reconocer que "La Viejecita" de Laura Dambré era entre otras pocas una obra que halagaba las buenas miras del arte argentino. Nada de artificiosos accesorios en ella, nada de fondos combinados. Distante se hallaba "La Viejecita" de todo cuanto fuera asunto falso, urdido en el estudio al recuerdo de productos de extrañas escuelas, que era lo que predominaba en el Salón..

—¡Bravo! exclamé, indicando una mesa a Liraico para que se despachara a su gusto en la aclamación de su dama.

El hombre escribió un brillante artículo que publiqué. Con eso me desquitaba en algo del disgusto que sentía al no poder concurrir al Salón.

Florida abajo, Florida arriba,, Liraico paseaba radiante su mosqueteril figura una tarde tras otra.

Pero ¿cuántos días duró su andar como en el aire y la luz?

Muy pocos: porque de pronto su gozosa airosi-