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El cerco de pitas

dad se trocó en furioso paso de carga con el que entró a verme.

—¡Qué vergüenza para el arte, amigo mío!

exclamó con una indignación que no le conocía.

Y comenzó a referir a gritos, mostrándome un breve impreso, cómo el jurado se había expedido sin mencionar siquiera a Laura Dambré.

—Vea: primer premio...

Y con su cara de ángel descompuesta y su indice nervioso me invitaba a leer.

Yo tuve que llevarlo a otra sala. Los redactores se hallaban en plena labor. No era bien que compartieran por el momento aquella desgracia.

En otro nuevo artículo Liraico puso por los suelos a los miembros del jurado rompiendo briosamente un centenar de lanzas. Dí a publicidad sus rayos y centellas, pero esta vez no me resarcí con eso. Mi disgusto se trocó en remordimiento. Parecíame que el no haber hecho algo yo mismo en favor de la Dambré fuera la causa de que no le premiaran su obra.

Pero ¿ había visto yo "La Viejecita" acaso? ¿Sería verdaderamente una obra notable como se pretendía?

Esa tarde me desprendí como pude de mis obligaciones, y quise ver, quise saber.

Nunca olvidaré el fastidio, la grima que me produjo mi paseo por las secciones del Salón. ¡Cuánta pintura zurdamente recordadora de cosas hechas, de extravagancias ajenas! ¡Cuántas sensua-