Página:El cerco de pitas (1920).pdf/16

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
12
Edmundo Montagne

—¿No te basta?

Carmen, no tan atemorizada al cabo, pone asimismo cara de ruego.

—¿Ajá? ¿Vos también haciendo pucheros?

—Señola — se insinúa como árbitro la criada, viendo la situación salvable: — cleo yo que quedlán vese todos los días.

—Bueno: aceptado. Se viene usté por las mañanas concluye muy explícita doña Rita, mirando firme al joven y cambiando el tratamiento de tú por el de usted, para hacer, según es costumbre criolla, más imperativa la palabra. — Toma usté dos mates que, en mi presencia, le cebará ésta... ¡A ver, descarada, ya podés comenzar a dárselos!... Toma usté dos mates, como le digo, y sigue otra vez con su carreta.

—¡Gracias, doña Rita!

—¡Ah, che! Y haceme el favor: suspendé el pito ¿no? Sí, bien me comprendés: que no te anunciés chiflando.

El carrero, al par que devuelve el segundo mate a la moza, bosqueja un gesto que expresa:

—¡Bah! ¡Ya no es necesario!

Y, momento después, en la espléndida mañana rumoreante de gorjeos, deja Nicanor la casa de Carmen, acompañado por el Sultán que brinca como un descosido. Al recobrar su carreta, ve que otras dos se hallan detenidas detrás, mientras sus conductores fuman tranquilamente sentados a la sombra de las heridoras pitas.