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CHICHO

-¡V

ai per la via petrosa, figlio mio! — solía decirle la madre en sus reprimendas de buen sentido y de amor.

Pero la sentencia, expresada con habitual quejumbre típicamente napolitana, alborotaba a Chicho tanto como cuando cambiando de tono doña Carmen exclamaba irónica al verlo entrar:

—¡Pronto, pronto la comita, que viene l'emplegato!

La buena mujer, menuda, expresiva, fingía a las mil maravillas el aspaviento de la sirvienta tomada en falta de retraso por el amo grave e importante.

Recalcaba en lo de empleado, titeando así a su hijo por la pretensión de fineza y la preocupación del qué dirán, vicios criollos que le habían impedido ganarse la vida y ayudar a la casa con la primera ocupación hallada al paso.

Entonces Chicho se descosía a bravatas y perversos dicharachos en habla maleva, cosechados con fruición a lo largo de su descarriada juventud.