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Edmundo Montagne

Eso de no avenirse los hijos a la sencillez de medios de los padres es común en Buenos Aires.

Chicho, napolitano como sus padres y hermanos mayores, había llegado con ellos al país a un año de edad. Recibió su instrucción en los colegios del Estado y allí bebió o alimentó la vanidad de creerse un ente social distinto de los demás miembros de su familia.

Es ese un efecto muy corriente de deseducación producido por el colegio, donde los niños afectan hábitos propios de una posición que no es la de ellos y se contagian entre sí de esa mentira.

Y más tarde, si no se tiene empleo digno de la falsa importancia creada, se cae en la mala vida.

Chicho, hombre ya, pretendió varias veces volver sobre sus pasos y reeducarse por su propia iniciativa y esfuerzos. Luchaba entonces cuanto le era —dable. En una de tantas veces, la más meritoria por lo larga, logró cursar una carrera de tres años, mediante una pequeña beca, y cuando tocó cumplir a los mozos del aula el mes final de experiencia, no pudo resistirse a sus frecuentes ímpetus de quijotismo perverso y cometió una enorme gracia reída por los otros pero llorada luego por él.

Aquella gracia fué su perdición: anuló su carrera.

Casi siempre fuera de su casa, desde entonces vivió sin pie ni cabeza, aunque parecía querer convencer a todos de que usaba ambas cosas con tanta sensatez como poca suerte. Detenía a uno en las