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El cerco de pitas

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33 perderlo para siempre! ¿Y es que puede decir que lo ha perdido? ¿No será él quien piense más bien eso de ella, y con razón? Una vergüenza oscura la invade como una ola de lodo. ¿Por qué no haberse mantenido soltera y digna toda la vida, para rendir de tal suerte imperecedero tributo a aquel amor tan infortunado como sublime? Ella creyó al comienzo de los requerimientos de Damián que él no convenía en ceñirse a las costumbres del matrimonio por un exceso condenable de orgullo; él, en cambio, que ella no lo amaba bastante, ya que no cedía incondicionalmente. Pero estallaban tales impetus de generosidad en las dos partes, que ambos, cuando no uno el otro, estuvieron a punto de entregarse en enternecimientos de total rendición.

Aquel idilio, empero, no pudo ser sino lo que fué : una lucha de nobleza a noblezá, en medio de obstáculos morales insalvables. La carta de él explicaba el infortunio de los dos: el de ella, causado por un deber de lealtad hacia los suyos, cuyos sentimientos tradicionales no rompería para no ocasionarles dolor; el de él, causado asimismo por un deber de lealtad hacia los desheredados de la libertad, la justicia y el derecho, hacia una sociedad esclava en favor de cuya redención había puesto su corazón y todos los momentos de su vida, renunciando a reposos más impropios de él y fatales para su obra cuanto más placenteros y sosegados se le ofrecieran.

Pero ¿por qué hubo ella de atender, pasados tres