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Edmundo Montagne

jando sola la jaula, el gato la tome por asalto como la vez pasada.

—Con esos caprichitos, hija, y al mes de casada, no sé adonde vas a parar. Bueno. Si el canario se escapa, vos, nadie más que vos, tendrás la culpa. Yo le limpiaré la jaula, nomás!

Doña Dominga, dispuesta a hacer lo que dice, cierra la puerta que da al patio.

Pero no bien la buena mujer se dirige a la jaula, oye que Lola rompe con un sollozo, su llanto que estuvo conteniendo hasta entonces.

—¡Pero, muchacha, por Dios! exclama enternecida y contrariada doña Dominga, dirigiéndose a la otra pieza. — ¡No es para tanto! ¡O avisá si te has vuelto loca!...

Lola, con su cabello suelto, tiene hundida en sus faldas la cabeza y se estremece llorando a sofocones.

—Me engaña, sí, me engaña barbota Lola.

Pero, muchacha!

¡No lo voy a hablar más; no lo voy a hablar más en la vida!

El acento desconsolado de la moza parece no admitir réplica. Doña Dominga, comprendiéndolo, toma la resolción de no seguirla en ese sentido.

¡Oh, no seas pava!

Y se vuelve a la jaula, con un gesto que significa "llorá bastante y después veremos".

Lleva su mano trémula, sin ver bien lo que hace,