Página:El cerco de pitas (1920).pdf/51

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
47
El cerco de pitas

espacio libre el trozo de vidrio que la cortina recogida muestra en la puerta, se lanza en vuelo recto allí, embicando fuertemente con el pico y cayendo atontada... ¿dónde?... sobre la cabeza estremecida de Lola, entre la selva del cabello obscuro. Revoloteante, es brevemente un ascua de oro.

Muy brevemente, porque Pancho, iluminado por el original triunfo de reconciliación que le proporciona el caso, deja caer sencillamente la toalla sobre el canario, llevando al mismo sitio ambas manos con suavidad.

—¡Váyase!

47 solloza Lola.

—¡No se mueva! — adelanta con cierta energía Pancho, refiriéndose esta vez a su mujer.

¡Lola: no seas así!

agrega la madre.

—Oh!

dice la moza, como para expresar "¿a qué se mete usted?" Pancho se ha visto en la necesidad de arrodillarse. Las manos, que no aparta de sobre la toalla, palpan creyendo haber dado con el canario. Continua moviendo los dedos más allá del punto en que posan, por si aquello que bajo las palmas tiene preso, es un trozo de trenza movida en las convulsiones del sollozo y no el ave. Siente Pancho la fruición de una posible e inmediata doble caza: la del ave dorada y la de aquella bien querida cabecita bruna en su primer intento de rebelión.

Abarcando con una mano el palpitante relieve, lleva la otra debajo de la toalla, la que aparta, viendo que allí tiene al canario; y deja, como buscando, -