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Edmundo Montagne

camo de los Montfort, que se adelanta con los juguetes de los niños ricos de Montfort. Luego vendrán ellos. Como si no tuvieran la tarde, para correr, según hacen siempre, en sus velocípedos y volantas mecánicas! ¡Venir a despertar deseos que no podrán cumplirse, tan luego esa mañana de infortunio!

Ricardito se ha acercado al hombre y habla con él. " Sube, sube!", parece que le dijera el supuesto mucamo. Ricardito ha arrojado la rama y ha subido. Es un coche, un manomóvil aquello. Hacia allí, en un repiqueteo veloz de sus piececitos, Lina ha corrido anhelosa, gritando: "¡ Yo, yo también!" Y no bien llegada al lugar, el mismo hombre ha dejado sobre el césped un gran paquete que lleva y alzando en brazos a la niña, la ha colocado junto a su hermano. Este, moviendo con destreza el manubrio, ha dado impulso raudo al vehículo. Y Maruja, que siempre en su misión de madrecita intentó interponerse para detenerlo, se ha visto precisada a dejarlo pasar. Su rostro se llenó de un imprevisto fulgor. Sigue corriendo tras el coche, desenfadada primero, gozosa después, como bebiéndose el aire. Y el hombre, en pos de todos, rezagado, con el paquete contra el pecho.

¡Mirá, mirá qué lindo!—clama Ricardito al abuelo.

¡Qué no daría don León para que aquel hombre que viene allá se detuviera un cuarto de hora, ya que les ha cedido el coche!