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El cerco de pitas

¡Mirá, mirá! —vuelve a vocear Ricardito.Mirá repite en su media lengua Lina, llena de risa, agitando en alto los bracitos.

—¡Paren, basta!—ordena desde más allá Maruja, haciéndose la seria.

Don León se ha ilusionado por un instante. Se ha sentido lleno del regocijo del grupo vivaz de sus nietos bajo el sol. ¡Qué zozobra! Aquel hombre llegará hasta allí, donde está él, y reclamará su coche. Siente que esta realidad cruel le da un golpe sobre el corazón. Por primera vez desea que Ricardito no obedezca a su hermana mayor; que pase con el gesto de un rey antiguo en su carro de guerra. ¡Ah, si pudiera detener a aquel hombre, por un instante no más!

—¡ Niño, niño!—prorrumpe don León cuando el vehículo pasa de largo. Quiere solamente aparentar que reprende, pues su deseo de que pase triunfal se cumple, y está deslumbrado en el gozo de sus nietos; en aquel torbellino jocundo que deberá suspenderse de pronto, oh dolor, para devolver el vehículo.

—¡Adiós, adiós!—han vitoreado los niños. Llegados al extremo, dieron vuelta, con alguna dificultad, y ya tornan. Don León los espera de pie, para abrazarlos, por todo castigo a la travesura. ¿Qué otra cosa puede hacer?

Oh, oh: cuidado!—queda diciendo Maruja frente al abuelo.

El hombre con el paquete también está ahí.